miércoles, 1 de febrero de 2012

Té para dos

       El timbre sonó a su puerta. Matilde se levantó sin apuro de su mecedora, dispuesta a atender el llamado. La anciana rengueaba por la reciente operación quirúrgica en su pie derecho; al llegar a la puerta, miró por el empolvado cerrojo, sonriéndose a sí misma. Abrió entonces..

-¡Es usted! Al fin, la he estado esperando. ¿Se va a quedar ahí, parada? ¡Caramba! Pase, perdone mi descortesía.

>Sabe una cosa, estuve dudando de si habíamos quedado en que usted viniera hoy, o la semana que viene, mi cabeza ya no funciona como antes.

>Uhhhh... sabe usted, en otras épocas fui una persona muy inteligente; mis allegados me consideraban alguien muy capaz, con un poder admirable para el razonamiento. Pero bueno, el tiempo ha pasado, y comprendo que ya no poseo la memoria de aquellas épocas.

>¿No se va a sentar? Siéntese, por favor. Estuve arreglando los sillones y limpiando la casa toda la bendita semana, no sabe usted cómo me duelen los huesos... bueno, supongo que lo sabe. Ah, veo, por la forma en que observa de reojo los retratos, que tiene interés en conocer a mi familia; bueno, a lo que quedó de ella... Ese hombre vestido con traje de militar es mi difunto marido, Santiago. Él participó en la guerra del 17, o del 30, no estoy segura, ya no tengo la memoria de otros tiempos.

>Esos son mis hijos. Dos de ellos, Jorge y Andrés, murieron en un accidente aéreo, mientras, supuestamente, dormían. Hubo una falla en los motores, o una bomba en los controles, ya no lo recuerdo. Tengo además una hija, Anita, que con el tiempo conoció a un rico pero modesto empresario con el cual se fueron a vivir lejos.

>Sí, sí. Ésa soy yo. Dicen que era muy bella cuando era joven, y reconozco haber tenido mis conquistas. Pero en esos tiempos no servía de nada tener ciertas conquistas, si no tenías la certeza de un seguro te espere en tu casa, y una familia a la cual sostener y refugiar bajo tus cuidados. Ya ve, como usted sabe, los tiempos han cambiado, vaya que han cambiado...

>Si me espera un segundo, voy por el té, lo tengo preparado en la cocina.

Matilde regresó con una bandeja en sus ya casi vencidas manos.

>¡Cómo pesa esta bandeja! Hace algunos años podría haber hecho malabares con ella, hoy ya no es igual. Pero oiga, no se equivoque, tengo la certeza de que soy yo.

>Sí, sí, tome de esa taza, es la suya. He guardado este té desde hace tiempo, lo tenía reservado para una ocasión especial, y qué mejor que esta...

>¿Qué es lo que está usted diciendo? Ah, sí, sí, que el té le sabe algo insípido. Bueno, no esperaba otra cosa de alguien como usted. Me imaginaba que sería alguien de un paladar exquisito.

>Ah, entiendo, la hallo apurada por cumplir con lo suyo, así que, espéreme un segundo que me preparo, y listo.

>Ha sido una buena vida, ¿no lo cree usted? Gracias por venir a tomar el té conmigo, y disfrutar de mí por al menos algunos momentos, los últimos, de mi extensa vida. ¿En serio? ¿No me está usted mintiendo? De acuerdo, voy a confiar en usted, y voy a comenzar el descanso, porque, como usted dice, este es el fin de mi vida, pero no de mi existencia...

>Vayamos, pues, no perdamos más tiempo. Estoy ya muy cansada de cargar con este montón de nervios y huesos que a esta altura son casi inútiles. Por fin dejaré de envidiar a mi marido y a mis hijos, por estar en un lugar mejor.

Fin

Para John Crowley