lunes, 30 de julio de 2012

Una decisión


Siente la daga en lo profundo
de la noche
Prepárate para la tormenta que
se avecina
Es aquella la que nos trasportará
hacia mundos lejanos
Lejos de la inmundicia.
Descubriendo lo incesante
alcanzando la luna
buscaremos nuestra tierra
alzaremos armas
destruiremos recuerdos
y fundaremos una nueva esperanza
de vivir, de compartir.
Unidos, deseosos,
valientes, temerosos,
y encantados por la magra
Oscuridad.

domingo, 6 de mayo de 2012

La frase siniestra


A continuación, una reflexión sobre la publicidad de Ser, en la cual se advierte a una joven con un megáfono impartiendo consejos a las personas con las cuales se topa en la esfera pública.


Esta publicidad se inscribe en un universo capitalista globalizado, en el cual se han instalado determinadas concepciones sobre lo que hace bien al cuerpo y a la salud, siempre de acuerdo con los propósitos que persiguen las grandes empresas. Tienen como fin aparente ayudar al ser humano a hacer más placentera su vida dándole posibilidades de elección, cuando en realidad el fin verdadero que subyace es el de proporcionarle las ideas que debe pensar, coartar su libertad de pensamiento y de acción.
En la publicidad observamos una paradoja desde la primera imagen que se nos muestra, la chica que habla por el megáfono: si bien Ser pretende poseer como paradigma la libertad de elección para sentirse bien con uno mismo, la protagonista refleja el estereotipo actual de belleza femenina (rubia, delgada, ojos claros), convirtiéndose en un espejo siniestro en el cual el consumidor debería reflejarse o intentar alcanzar; desde este cuerpo se plantea la búsqueda, dirigir implícitamente la idea de cuerpo sano hacia este ideal del cuerpo. Se advierte una insistencia por recuperar la salud del cuerpo sometiéndonos, mediante las imágenes, a una sociedad alienada en base al consumo, en contraposición a la idea que involucraría un cuerpo menos sometido a ser máquina, y más tendiente a congregarse con la naturaleza. El megáfono podría pensarse como metáfora de una empresa o de voces que se imponen a otras ejerciendo coerción, induciendo a los demás a actuar de determinada manera. Darse los gustos, en función del cuerpo, quiere decir aquí consumir el producto, ocultando deliberadamente la alienación del cuerpo. Disciplinamiento del cuerpo.
El final, con la chica tomando la bebida en un espacio verde, natural, con los rayos del sol reflejándose sobre ella contrasta rotundamente, en tanto cuerpo distendido que aprovecha ese espacio, con los otros escenarios propuestos (subte, urbe) donde los cuerpos se ven sometidos a una alienación extrema, de manera que las exigencias por mantener un cuerpo sano pero reflejado en los estereotipos socio-culturales son las determinaciones que mandan. ‘Pasemos del dicho al hecho’ es la frase más desafortunada de la publicidad, y, curiosamente, funciona también como el lema del producto. Detrás de esa intención de motivarnos a actuar por voluntad propia está la idea de hacernos pensar menos, no razonar y meramente consumir, tener decisión firme a la hora de adquirir su producto. El hecho es lo que nos separa de nuestro cuerpo, lo que actualiza al cuerpo como máquina que nos transporta, como seres alienados, hacia el trabajo, hacia la búsqueda de productos para satisfacer una carencia. La libertad que nos propone el hecho, es una libertad en función del mundo laboral y mercantil, no es la libertad del cuerpo.

miércoles, 1 de febrero de 2012

Té para dos

       El timbre sonó a su puerta. Matilde se levantó sin apuro de su mecedora, dispuesta a atender el llamado. La anciana rengueaba por la reciente operación quirúrgica en su pie derecho; al llegar a la puerta, miró por el empolvado cerrojo, sonriéndose a sí misma. Abrió entonces..

-¡Es usted! Al fin, la he estado esperando. ¿Se va a quedar ahí, parada? ¡Caramba! Pase, perdone mi descortesía.

>Sabe una cosa, estuve dudando de si habíamos quedado en que usted viniera hoy, o la semana que viene, mi cabeza ya no funciona como antes.

>Uhhhh... sabe usted, en otras épocas fui una persona muy inteligente; mis allegados me consideraban alguien muy capaz, con un poder admirable para el razonamiento. Pero bueno, el tiempo ha pasado, y comprendo que ya no poseo la memoria de aquellas épocas.

>¿No se va a sentar? Siéntese, por favor. Estuve arreglando los sillones y limpiando la casa toda la bendita semana, no sabe usted cómo me duelen los huesos... bueno, supongo que lo sabe. Ah, veo, por la forma en que observa de reojo los retratos, que tiene interés en conocer a mi familia; bueno, a lo que quedó de ella... Ese hombre vestido con traje de militar es mi difunto marido, Santiago. Él participó en la guerra del 17, o del 30, no estoy segura, ya no tengo la memoria de otros tiempos.

>Esos son mis hijos. Dos de ellos, Jorge y Andrés, murieron en un accidente aéreo, mientras, supuestamente, dormían. Hubo una falla en los motores, o una bomba en los controles, ya no lo recuerdo. Tengo además una hija, Anita, que con el tiempo conoció a un rico pero modesto empresario con el cual se fueron a vivir lejos.

>Sí, sí. Ésa soy yo. Dicen que era muy bella cuando era joven, y reconozco haber tenido mis conquistas. Pero en esos tiempos no servía de nada tener ciertas conquistas, si no tenías la certeza de un seguro te espere en tu casa, y una familia a la cual sostener y refugiar bajo tus cuidados. Ya ve, como usted sabe, los tiempos han cambiado, vaya que han cambiado...

>Si me espera un segundo, voy por el té, lo tengo preparado en la cocina.

Matilde regresó con una bandeja en sus ya casi vencidas manos.

>¡Cómo pesa esta bandeja! Hace algunos años podría haber hecho malabares con ella, hoy ya no es igual. Pero oiga, no se equivoque, tengo la certeza de que soy yo.

>Sí, sí, tome de esa taza, es la suya. He guardado este té desde hace tiempo, lo tenía reservado para una ocasión especial, y qué mejor que esta...

>¿Qué es lo que está usted diciendo? Ah, sí, sí, que el té le sabe algo insípido. Bueno, no esperaba otra cosa de alguien como usted. Me imaginaba que sería alguien de un paladar exquisito.

>Ah, entiendo, la hallo apurada por cumplir con lo suyo, así que, espéreme un segundo que me preparo, y listo.

>Ha sido una buena vida, ¿no lo cree usted? Gracias por venir a tomar el té conmigo, y disfrutar de mí por al menos algunos momentos, los últimos, de mi extensa vida. ¿En serio? ¿No me está usted mintiendo? De acuerdo, voy a confiar en usted, y voy a comenzar el descanso, porque, como usted dice, este es el fin de mi vida, pero no de mi existencia...

>Vayamos, pues, no perdamos más tiempo. Estoy ya muy cansada de cargar con este montón de nervios y huesos que a esta altura son casi inútiles. Por fin dejaré de envidiar a mi marido y a mis hijos, por estar en un lugar mejor.

Fin

Para John Crowley