viernes, 24 de diciembre de 2010

Posdata


David caminaba lentamente sobre la tierra. La sentía pesada, densa, apelotonada. Era imposible distinguir en el suelo algún tipo de camino. Por todas partes se erigían pequeñas elevaciones, montículos de distintos tipos de polvo. Miró a su alrededor: el panorama, además de ser desalentador, asomaba sombrío y hasta un poco tétrico. Se podían distinguir deformaciones propuestas en formas de médanos, como si fuera arenoso el suelo –y en parte lo era, quizás-, y un frío recorría su cuerpo al pensar en aquellos últimos habitantes, condenados con malformaciones a liquidar la supervivencia de la especie.

Oyendo una tenue voz, giró sobre su eje, miró a Tania, y encontró en sus ojos la misma pesadumbre que moraba adentro suyo; habían esperado una década para volver, y el panorama era peor de lo que esperaban que fuese. Difícil, pero dentro de toda lógica, estaba la causa de aquella visión: el ser humano tanto se había empeñado, que terminó por destruir su hogar, y él, después de aquel tiempo, formó parte de aquella delegación tristemente célebre que le tocó regresar a la Tierra y comprobar el penoso estado en que ésta se hallaba. Tania le devolvió esa mirada de resignación, y apoyó una mano sobre su hombro, señal de afecto después de tantos años de conocerse. Se detuvo a su lado un instante.

David lloró, y su visor se empañó levemente, pero siguió caminando, a sabiendas de que no iba a encontrar nada a salvo, nada en pie, nada con vida, de seguro.

David gimió, y Tania le dio palabras de aliento desde el radio.

David sintió ganas de volver el tiempo atrás, y cambiar las cosas. Pero supo que era el destino, que solamente una persona no podía modificar los actos de toda una seguidilla de generaciones degeneradas, que el poder y la ambición no se correspondían con el tiempo ni con el espacio, sino con la objetividad egocéntrica de una raza que quiso hacerse con la verdad sin importarle lo buena o mala, ni lo simple o compleja, ni siquiera lo necesaria e innecesaria que ella fuera.

David sintió ganas de no pensar en futuros, ni pasados. Renegó de su condición, y del hecho de que le haya tocado presenciar la debacle y la pérdida de su primer hogar, como ser humano.

David deseó ser niño otra vez. No entender de las preocupaciones.

Dio media vuelta y regresó con las otras personas que componían el rastrillaje. Tania caminó a su lado. Tropezó levemente con una piedra (que resultó ser una especie de fósil, pero al comprenderlo, no se vio afectado), y con la mirada resuelta hacia el horizonte no volvió a detenerse por ninguna sensación.


David despertó porque alguien lo estaba sacudiendo, agitándole el brazo. Con mucho cansancio abrió sus ojos, y en un primer momento pensó que su hermana lo estaba fastidiando como todas las mañanas, para quitarle minutos de sueño. Pero no era su hermana. Se trataba de Tania, su vecina, que de alguna manera había logrado entrar a su casa. David no tenía idea de la hora, pero no importaba. Porque su querida Tania estaba allí. Al costado de su cama. Algo le decía ella, y tuvo que entornarse un poco y sacarse la fiaca para entender lo que ella hablaba:

-David, ¿escribiste tu cartita?

-¿Qué cartita? –respondió David, y al instante recordó-: Ahh,, sisí, la hice. Pedí...

Pero en ese momento, David se frenó, pensó, lo pensó muy bien. Miró fijamente el arbolito de navidad que estaba en el rincón de su cuarto, titilando con lucecitas de todos los colores y con algunas bolitas rodando por el piso, y se concentró en la carta que había hecho con un pedazo de hoja canson amarilla. No llegaba a leer el contenido, pero obviamente lo recordaba: un autito de carreras que había visto en la juguetería, una pelota de fútbol (con las impresiones de sus jugadores favoritos), un videojuego de...
Sin escuchar lo que Tania le decía, se levantó pensativo de la cama y caminó hacia el arbolito; al llegar, extendió su mano y tomó la cartita que había escrito, la quitó y se quedó mirándola, hasta que sintió una voz lejana. Giró sobre sus talones. Tania le hablaba con mucha ternura. Él sólo pensaba en el contenido de la carta, con extrañeza. Hasta que su amiga posó de golpe la manita sobre su hombro. La miró y entonces, súbitamente, comprendió la causa de su extrañeza.

David le sonrió a Tania, y buscó un lápiz de color en la cartuchera de madera que tenía sobre la mesita de luz. Entonces, al encontrar su lápiz azul favorito, apoyó la carta en la mesita y escribió, debajo, en un lugarcito que le quedaba:

-Ah, Papá Noel, ya sé que te pedí mucho este año, pero no me voy a enojar si en lugar de esos juguetes, sólo por esta vez me prometés que no me voy a separar nunca de mi amiga Tania. 

David pensó entonces, satisfecho: no importa lo que pase, no sé si voy a tener siempre esta casa, pero Tania va a estar siempre conmigo.

jueves, 16 de diciembre de 2010

Queriendo


Quiero apreciar todo lo que haces
Y no lo puedo demostrar
Quiero acariciarte, que tú me abraces
Que me hagas reaccionar.

Tengo guardado tanto para dar
Y me ahoga mi inutilidad
Quiero que me sientas y que te des cuenta
Cuánto me haces desear.

Quiero que me busques, que me alcances
Que me encuentres ya
Quiero que me digas, quiero que me toques
Y que dure una eternidad.

viernes, 26 de noviembre de 2010

Música para mis oídos

El siguiente es un escrito breve que goza de varios años de antigüedad, salido de un puñado de otros extraños escritos que recuerdo con simpatía.


Soy un caso especial, pero sería estúpido decir que soy único. La música consigue que pueda imaginarme dentro de una pantalla de cine. La música de películas, en general, consigue sacar los mejores sentimientos de mi ser.

La suavidad con la que suenan las notas más altas del piano, sumados a alguna tenue lluvia de cuerdas como acompañamiento, hacen placentero un momento que, de otra manera, sería solo atractivo.

De tanto en tanto escucho esta música, para no perder la costumbre. El problema ha surgido hace ya un tiempo atrás. Escucho la música, sí, pero no hay ningún reproductor haciéndola sonar. La escucho en mi cabeza. Acompaña mis pasos, adorna las situaciones que vivo día a día. Se reproduce a sí misma con gran fidelidad, y esto contribuye a aislarme de mi contexto a medida que voy viajando de un jugar a otro.

Tengo una curiosidad, en lo cual no he pensado mucho hasta ahora.

He empezado a sentir que alguien me observa constantemente. No me malinterpreten, no se trata de un simple caso de paranoia, sino que pienso que cada uno de nosotros tenemos una especie de cámara que nos sigue de un lado a otro, al mejor estilo ‘gran hermano’ de la novela de Orwell ‘1984’... una cámara que lleva un inventario de nuestras vidas.

Reflexionando sobre ello, he sacado algo en limpio. Nos están observando, no sé si precisamente desde afuera. Nos están observando. Yo, por las dudas, hago buena letra. Yo me porto bien. Y les recomiendo a ustedes que se porten bien, que no hagan el mal, sino el bien. Que quieran a sus semejantes. Ya verán como la música comenzará a sonar en sus cabezas. No me malinterpreten. Ustedes pórtense bien. Tal vez, tal vez algún símil de San Pedro nos esté observando. Solo limítense a no cometer muchos pecados.

miércoles, 10 de noviembre de 2010

En una noche imborrable

Al terminar la deliciosa función de teatro shakesperiano, salimos del Cervantes con Melina, y aspiramos el aire de la noche en las calles. Presenciamos una gran adaptación de Sueño de una noche de verano... yo le dije que me había quedado impresionado con la puesta en escena, con la imaginación de los decoradores a la hora de recrear el ambiente; Melina, por su parte, se había quedado prendada de la protagonista, de la chica que interpretó a Helena. “Sus ojos parecen decir todo el diálogo, de verdad”. “No sé si habló o no, no recuerdo haberla escuchado... me cautivó su presencia, tan sexual, pero a la vez tan etérea...”. “Me encantaría verla interpretar a la Antígona de Sófocles”. Éstas y otras impresiones intercambiamos con mi pequeña. Digo pequeña aunque no era más baja que yo; simplemente era una especie de protección que proyectaba yo hacia ella.

La noche era placentera; había cierta ventisca, sí, pero era suave. El cielo se encontraba bastante limpio, y la gente caminaba por las calles como si fuera navidad: en ocasiones nos parece que hemos visto a la gente actuar extraño; luego llegamos a la conclusión de que se trata sólo de un efecto (y afecto, porqué no) personal: cuando tenemos lindas experiencias, el mundo se adapta a ellas y nos acoge con comodidad.

“¿No te gustaría poder volar? Digo, como experiencia... siempre hay que estar al tanto de posibles nuevas experiencias...” “Sí, es bueno poder llegar a viejo y contar a mis nietos que era una persona muy alocada y que hacía lo primero que surgía en mi mente”. “Bueno, no me refiero a ser alocado, ni a volverse loco, no se que estás entendiendo”. “Entiendo que querés llevarme a otro lugar, ¿verdad?”. “Así es, de eso hablo; de volar hacia una isla privada, que nos mantenga flotando de aquí para allá”. “Ya veo... querés demostrarme cuánto me querés... ¿es necesario tanto viaje para eso?”

Tomados de la mano, fuimos chapoteando entre burbujas inexistentes, mientras nos acercábamos a la plaza. Melina tenía la mano fría, y la mía le daba abrigo. Las manos tienen vida propia, pues ellas se encargan de hacer las cosas que a veces uno olvida. Cosas que son buenas para el otro; cosas que le recuerdan el afecto, cuando uno está perdido en divagaciones.

“Hace frío, ¿verdad?” “Mmm... yo no lo siento... sé que hay viento, pero no logro sentir el frío”.

Al llegar a la plaza, nos ubicamos en un banquito de madera y nos sentamos, abrazados. Melina me sonreía con esa sonrisa desprovista de maldad. Me gustaba llamarla ‘sonrisa de complicidad’, por el pacto de amor que nos unía. Esa noche pronunciamos aquel, nuestro pacto, la promesa de mantenernos juntos por el resto de nuestras vidas. No pasaría nada la mañana siguiente, pero esa noche supe que iba a ser eterna; los dos, juntos, inseparables, abrazados en la plaza, sin nadie alrededor, con ojos para nosotros mismos, con sentimientos para nosotros mismos...

Cuando pienso en esa noche la siento interminable. El recuerdo de haberla dejado en su casa tras acompañarla caminando hasta la puerta, es imborrable. Tomados de la mano, frenando en cada esquina sólo para besarnos, es inolvidable realmente. En e umbral de la casa de Melina, mirándonos a los ojos fijamente sin decir una sola palabra. El ‘te amo’ de la despedida, todo aquello es imborrable; perdura en mi cabeza por siempre, como así perdura el pacto que repito día tras día.

Y las palabras que ella me susurró al oído antes de abandonarme en el umbral de la puerta de su casa: “prométeme que todas las noches serán como esta noche que hemos vivido... que nuestras noches serán como un sueño de una noche de verano...”


-Muchas gracias, señor. Sí, soy el nuevo empleado. No, el gusto es mío. Adiós, hasta mañana, ¿de acuerdo?


-Ahí va nuestro mejor cliente.

-Es un buen hombre según parece.

-No sé si es un buen hombre. Pero de seguro es un hombre enamorado.

-Lo dice por...

-Así es. Este es el hombre que tiene un contrato vitalicio con nuestra empresa ‘Dreams inc.’. Viene todos los días; nunca falta. Ha programado un sueño repetitivo hace unos treinta años, y no se ha ausentado un solo día desde entonces.

-Ah, ya veo... y vencemos la distancia entre él y su amada.

-Claro. Su mujer murió cuando eran jóvenes.


FIN

jueves, 28 de octubre de 2010

A K.

Extraño tu sonrisa,
cuando mostrabas tus dientes
cuando te tapabas la boca
Cuando hacíamos gestos a lo lejos
sin palabras
cuando sólo con la mirada
reíamos cómplices del alrededor.

Extraño también tus abrazos
tan reconfortantes y
al apoyar tu cabeza en mi pecho
Cuando eran cortas las despedidas
sin palabras
cuando sabía que volvías
y eran días de simple alegría.

Extraño tus pedidos
cuando consejos necesitabas
cuando llorabas tu alma
Cuando el mundo se venía abajo
sin palabras
cuando una presencia bastaba
y siempre el tiempo nos limitaba.

Extraño lo de la iglesia
cuando cantábamos por las calles
y pasar a la salida del cole
Cuando desbordábamos el horario
sin palabras
cuando mi rutina cortabas y
el rejunte de monedas comenzaba.

Extraño tus pulseras, tus hebillas,
cuando cosías mis parches
y la bella rutina de tus llamadas
Cuando hablaba por vos la guitarra
sin palabras
y cuando la hora de irte llegaba
a una nueva canción inicio dabas.

Extraño el té, las madalenas,
hasta la tristeza de esa mañana
en que no pudiste evitar nada
Extraño el teatro, el recoleta y los recitales
sin palabras
cuando el pogo en NerdKids,
cuando nada nos terminaba.

Extraño verte, extraño amarte
cuando me decías que me amabas
y tu tierna compañia acostumbrada
Cuando nadie parecía importar
sin palabras
cuando éramos una burbuja y
pasábamos horas desafiando a la nada.

Extraño tu presencia, extraño horrores
aquellas manos, aquellas manías
me ahoga esta sensación de ida
Y esa larga caminata en V. Adelina
sin palabras
deja un recuerdo de viejo amigo
que te desea lo mejor en tu vida.

domingo, 5 de septiembre de 2010

Alma-no-en-venta

Deseamos perder el sentido
Aunque más no sea por un breve instante
Apagar la llama fulgurante
Que quema nuestro vacío.

En las tardes más solitarias
Despertamos por un sueño triste
Y pintamos tonos de grises
Sobre las cosas mas ordinarias.

A veces creemos erróneos
Que somos hacedores de pedestales
Mientras nuestras manos cristales
Pretenden lo incorpóreo.

Y admitimos que poseemos
Sólo lágrimas de vil metal
Cuando lo lógico y esencial
Es que lloramos apenas vemos.

Somos un poco pequeños
Para el traje que nos bordamos
Y de las personas que amamos
Fingimos ser sus dueños.

Y si morir ahora yo pudiera
Sería preciso no andar con vueltas
Inútil pues es ponerme en venta
No podría aunque quisiera.

sábado, 14 de agosto de 2010

Piensa en inglés

Mi amiga Victoria piensa en inglés. Ella suele dedicarle gran parte de su tiempo a la literatura, y según dice, al absorber textos originales de la lengua anglosajona sus pensamientos toman forma en ese idioma. Oh, Victoria es muy inteligente, me lo ha demostrado. Tiene la capacidad de comprender una lectura con un solo pantallazo (hoy en día es difícil hacerlo con los escritores que tenemos). Por eso traté de seguirla a todas partes, convencido de que era alguien especial, una persona con la que yo podía llegar a complementarme.

Digamos que no estaba del todo errado.

Pasaron las tardes y mis invitaciones desfilaban como modelos de pasarela, sutiles y con cierta elegancia. Hicimos lo usual y delicioso; salimos a tomar helados, a ver películas y a reírnos de las inquietudes del mundo, hasta que tuve que arruinarlo todo aquella vez.

Por supuesto, lo que sucedió fue que no pude guardar mi lugar, y eché todo por la borda. Un mediodía mientras la acompañaba a la parada del colectivo que Victoria solía tomar, la agarré del brazo y le dije que era posible que me estuviera enamorando de ella. Aunque confieso que esperaba que cuando menos Victoria se sorprendiera por mi declaración, ella lo tomó con mucha tranquilidad. Sólo se sonrojó un poco, como si fuera esa una pequeña concesión que hizo para dejarme satisfecho.

Lo que me dijo redefinió la situación en la que nos hallábamos. Sin tapujos, y mirándome fijamente a los ojos, Victoria me confesó su secreto: era una androide. Me aclaró también que era yo la primera persona -fuera de su familia- a quien le manifestaba su secreto. Yo la miraba de arriba a abajo, y realmente esperaba que reculara y me dijera que estaba bromeando. Pero no fue así. Me decía la verdad. Y yo, en el fondo de mí, comenzaba a darle forma a una idea que pronto estaría del todo desarrollada: mi había enamorado de una androide.

A partir de ese día, las cosas fueron cambiando paulatinamente. Sin embargo, no todo se desdibujó; seguimos construyendo esa relación con Victoria, en especial cuando nos besamos al salir de la facultad aquel día famoso de la lluvia torrencial (poco importaron nuestros útiles bajo ese aluvión). Más fuerte resultó aquella vez que me confesó que, aunque jamás tendría sentimientos como los míos, había llegado a sentirse ‘distinta’, cuando estaba conmigo. De por sí, ese efecto era para mí un logro.

Al final, y luego de semanas de rica armonía, Victoria tuvo que irse. Nunca entendí bien las razones de su partida, pero aquello sucedió de un día para el otro, y no me dio tiempo a ensayar una linda despedida. De golpe, me dijo ‘tengo que irme’, y al instante siguiente, yo leía sus escritos en mi cuaderno como si ella los estuviera estampando en ese mismo momento. Esos escritos, claro, tenían forma de versos y estaban en inglés. Tenía esa extraña habilidad de hacer que sus ideas y pensamientos perduraran en una hoja amarillenta.

Es raro como se dan las relaciones. En poco tiempo, pude volver a enamorarme, y tiempo después, me vi obligado a desencantarme debido a la irrebatible fuerza del destino. Buscamos al principio al ideal de alguien igual a nosotros, pero en el camino nos damos cuenta de que en realidad lo que necesitamos es a alguien totalmente distinto. Alguien a quien acoplarnos, pero que nos dé una visión completamente diferente. No obstante, he aprendido mucho de ella, me he vuelto como ella; ya lo sé, por más prótesis que pueda tener nunca voy a ser un ser mecanizado, un androide. Pero yo no hablo de eso. Me refiero a su legado; el que haya sido ese idioma es sólo algo aleatorio, a ustedes quizás -seguramente- les pase con otros códigos, pero ese fue el que me marcó a mí. Su código. Ahora, cada vez que veo una película, tacho los subtítulos; quiero tener mis propios pensamientos. Y los de ella. Tal vez sea la única forma de mantenerme conectado a su mente. Pues cada vez que miro las películas, o leo los libros, pienso en inglés.

lunes, 9 de agosto de 2010

Hoy

Hoy he sido incapaz de quererme, refugiarme y odiarte
Sin embargo vuelve, el recuerdo, en la distancia
Y se hace hondo el silencio, la amargura, y la tristeza
Se acrecienta a cada instante, y de a ratos me marea.

Mi mañana se hizo tarde, y la amargura se hizo espanto
Y en el medio del silencio, escucho gritos, pienso en llanto
Mientras en mi pecho se agolpan muchos sentidos,
Abatiendo al corazón, desordenando sus latidos.

Y en mi mente una idea gira, se deshace y vuelve a ser
Una caricia imaginaria, una esfera de terciopelo
Que envolviendo tu sonrisa y tu mirada inconquistable
Encasilla tu recuerdo en un futuro inalcanzable.